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¿Sabías que para Dios tu destino eterno es mucho más importante que tus problemas, recompensas o aspiraciones presentes? Él vio que estábamos en problemas pues somos una raza caída y nuestras buenas obras, el ser una buena persona, no nos podrá salvar en el día del juicio. Al contrario, por más buenos que seamos, todos somos pecadores y la justa condena por el pecado es muerte: separación eterna entre tú y Dios, en el infierno. Para salvarte de este terrible apuro, en su gran amor por ti, Dios dejó su trono, se hizo humano y pagó en la cruz la condena que mereces por tus pecados muriendo en tu lugar. Pero no solo murió sino que también resucitó, y gracias a esto te ofrece gratuitamente perdón de pecados y vida eterna si tan solo te arrepientes de seguir tus propios caminos y lo aceptas genuinamente como tu Señor y Salvador. Si persistes en seguir tu voluntad, lo que tú piensas que está bien, o si crees que lo que hizo Jesucristo no es necesario o no es suficiente para darte vida eterna, morirás apartado de Dios. Pero no tiene porque ser así, Dios no quiere que perezcas, si te arrepientes y crees puedes quedar limpio de tus pecados al invocar el nombre del Señor Jesús.